martes, 6 de marzo de 2012

I

Bosques de estrellas,
Manos soñadoras que se alzan en el aire
En un vano intento de alcanzarlas,
pero la vida se arrastra bajo el suelo
como los gusanos.

Galaxias de raíces,
Pies que se hunden en el barro
cerca del polvo que fueron y serán.



Me desperté en mi cama, como siempre. Pero no donde siempre. Lo último que recuerdo es haberme bebido un pequeño vaso de leche caliente como cada noche y haberme metido entre las sábanas después de un largo y aburrido día.

Lo primero que vi nada más abrir los ojos fue un vasto y extenso desierto, pero no arenoso como los que muestran en las películas sobre los majestuosos faraones de Egipto, si no rocoso, montañoso y rojizo, como si donde me encontrará fuera Marte. Miré hacía todos los lados rápidamente y no vi ninguna señal de vida humana o animal.

Observé la cama de la que me acababa de levantar, era la mía, no había duda, una cama pequeña y estrecha para una sola persona en la que yo cabía a duras penas y tenía que recoger mis piernas y dormir en posición fetal para caber totalmente. Su estructura era madera ya que era bastante antigua. Lo que se salía de la normalidad eran sus patas, de ellas habían brotado raíces, como si el difunto árbol del que provenía hubiera vuelto a la vida y quisiera volver a enraizarse a la Tierra que le alimentaba, eran muy largas y finas, aunque con un aspecto bastante deplorable, se extendían poco más de metro y medio por encima de la superficie antes de meterse totalmente en el suelo.

Después de unos minutos de incertidumbre y asimilación del lugar donde me encontraba, traté de orientarme, pero no sabía hacía donde dirigirme ya que en ese cielo nocturno había estrellas colocadas muy diferentes a las que había aprendido en los curso de cuando era joven, sobre como orientarse cuando te pierdes en la naturaleza, si se le podía llamar naturaleza a este muerto paisaje. En el firmamento no se encontraba la estrella polar o la cruz del Sur, así que no me encontraba en ninguno de los hemisferios terrestres. Había sorprendentemente un cerca planeta de color crema que se asomaba tímidamente entre una cadena montañosa con un anillo a su alrededor como si se tratase de Saturno y unas formas alargadas y gaseosas de diferentes colores que se movían en el cielo como serpientes reptando. Traté de buscar musgo en alguna roca cercana, pero advertí que aparte de las raíces que anclaban mi cama a ese desértico paisaje no había vegetación alguna.

Empecé a sentir un pequeño pánico, no sabía hacía donde dirigirme, no sabía donde demonios estaba, ni siquiera sabía como podía respirar en este planeta carente de atmósfera alguna, caminé unos pasos hacía un lado, pero luego volví, mi cama era el único lugar en el que me sentía en algo real, pero estaba claro que si me quedaba allí podría estar ahí pudriéndome hasta mi muerte, así que volví a caminar, esta vez en dirección contraria, 1 metro, 3 metros, 5 metros… hasta que mi pie chocó contra algo, sentí un punzante dolor en el dedo gordo del pie, ya que todavía iba en pijama tal como me había acostado y descalzo, y se me hinchó un poco. Miré que era con lo que había tropezado y para mi sorpresa descubrí que semioculto entre la tierra de aquel extraño lugar había un estrecho camino delimitado por bordillos paralelos; hecho con piedra al estilo de las antiguas calzadas romanas. Sin otra opción más sensata, decidí seguirlo para que, quizás, me llevase a algún indicio de civilización, aunque a pesar del aspecto esta, parecía llevarme a unas milenarias ruinas… no obstante, seguí.

Anduve caminando unos cinco minutos mientras observaba el paisaje a mi alrededor. Me encontraba en una especie de valle, a cuyos lados se encontraban dos cadenas montañosas, no eran en absoluto agudos sus picos, si no desgastados y viejos como muelas enrojecidas; no había indicios de ningún río en ese valle, salvo el que formaba como una lengua el camino que andaba siguiendo, totalmente recto sin ninguna curva. Tenía la impresión de estar yendo directamente a la garganta de un monstruoso ser titánico. Miraba con curiosidad las extrañas luces de colores que movían por el cielo como cometas describiendo caprichosas órbitas en aquella ausente atmósfera.

Al cabo de otros cinco minutos me sorprendí al ver por fin un cambio en el desértico horizonte; eran una especie de faroles de luz que se alineaban a lo largo del camino, lo que me dio cierta esperanza de encontrar a alguien; avancé y los observé detenidamente: eran como un árbol colocado al revés, en vez de ramas arriba tenían las raíces formando una perfecta figura de un prisma cuadrangular encima de su tronco y, dentro, una esfera brillante, con una resplandeciente luz plateada oscilando arriba y abajo como una pequeña Luna en miniatura. A pesar de la impresión de ver aquellos árboles-farol seguí adelante. Lo que vi más adelante no sería menos sorprendente.

Más adelante la anchura del valle aumentaba considerablemente, hasta dejar de ser tal para convertirse de nuevo en desierto abierto. Y, ante mi, había una gigantesca plaza, por llamarlo de alguna manera, donde había en su perímetro unas gigantescas patas moradas terminadas en punta como si una araña gigante o un enorme crustáceo se hubiera quedado varado panza arriba. Se podía ver los diferentes segmentos de aquellas patas y también pude observar que entre espasmos se movían a veces. En el centro de la plaza había una gran estatua de cristal de aproximadamente unos 300 metros de una cobra alzada, como cuando están en estado de alerta con los pliegues laterales de la cabeza abiertos, pero con la boca cerrada y mirando al frente de forma solemne. A los lados de esta, había varios cráteres –conté unos 5- de una anchura bastante amplia, como de unos 5 metros de diámetro, de los cuales flotaban unas esferas resplandecientes como las había visto en los faroles, solo que más grandes. Tenían un brillo mucho más intento que las anteriores y una luz plateada cegadora, tanto, que apenas pude estar mirándolas directamente 10 segundos sin que se formaran chiribitas en mis ojos.

Ante esta imagen no era lo más sensato acercarse más adentro de la plaza, sobretodo por aquellas patas de crustáceo que me horrorizaban con sus movimientos espasmódicos e intermitentes, pero la curiosidad de observar la estatua me condujo a seguir adelante. El suelo de la plaza era de piedra como la calzada que estuve siguiendo tanto tiempo, pero contenía dibujos y extraños grabados de humanoides divididos en cuatro círculos concéntricos como los antiguos calendarios mayas. Luego volví mi mirada de nuevo a la fascinante estatua de la cobra, estaba perfectamente tallada, tanto que parecía que se fuera a mover en cualquier momento. Tenía un color cambiante, como si dentro de la estatua hubiera una luz que alternaba entre verde, azul, rojo…
Observe que en el vientre de esta había inscripciones cuneiformes, las cuales no pude descifrar. A pesar de la cegadora luz de las esferas que flotaban a su alrededor me acerqué hasta poder tocar la majestuosa estatua.

De repente, las esferas empezaron a titilar, como a una bombilla que poca vida le queda, observe unas figuras dentro de ellas que se movían y golpeaban las esferas. Entonces empezaron a girar alrededor de la estatua, tuve que apartarme hacía atrás rápidamente para salir fuera de su órbita. Después de 1 minuto de movimiento que observé absorto, pararon. Cayeron al suelo, se rompieron en mil pedazos y de ellas salieron horrendas criaturas deformes de color grisáceo oscuro. Tenían solamente medio cuerpo, como si les hubieran arrancado de cuajo la parte posterior, por lo que arrastraban su espina dorsal y sus tripas por el suelo mientras avanzaban con sus brazos, muy largos y delgados con unas largas garras. Carecían de rostro, solamente tenían en su cráneo una boca con afilados dientes, rojas encías sangrantes y lengua viperina. Parecían estar cubiertos de una especie de baba negra como el petróleo que goteaba de ellos.

Me quedé absolutamente inmóvil hasta que el chirrido de una de ellas hizo estremecerme y taparme las orejas de dolor. Una de ellas se arrastró hacía mi y me agarro la pierna fuertemente, noté el tacto viscoso de aquella baba negra y me zafé rápidamente de ella. Instintivamente me di la vuelta y empecé a correr, observé como los engendros me seguían arrastrándose con sus largos brazos mientras dejaban un reguero negro detrás de ellos, seguían lanzando agudos chirridos que parecían más de dolor y sufrimiento que de amenaza hacía mi.

Dejé tras de mi la plaza y los faroles que ahora ya no lucían y tenían la esfera caída en la base del prisma de raíces, pero para mi horror, ya no existía el valle. Se había cerrado sobre si mismo y me hallaba delante de una enorme pared rocosa. Oí como las criaturas se acercaban más y más hasta estar a unos escasos 10 metros de mí, Estaba totalmente aterrorizado, mi corazón latía tan fuertemente en el pecho que podía sentirlo en cada vena de mi cuerpo. Entonces cuando una de las garras parecía que iba a darme caza, sentí algo que se enrollaba alrededor de mi tobillo. Era una raíz, como las que brotaban de la cama en la que desperté en este extraño mundo. En un rápido movimiento me alzó por el aire alejándome de las criaturas, aunque eso no me hizo sentir en absoluto seguro. A una pasmosa velocidad la raíz me arrastró por el aire mientras lo único que podía hacer era quedarme inmóvil. Quizás fueron imaginaciones mías causadas por la velocidad del movimiento, pero me dio la impresión que las estrellas empezaban a moverse en todas direcciones como luciérnagas hasta que una enorme espiral las empezó a remover alrededor suyo como un enorme torbellino espacial.
Entonces me di cuenta de que las raíces efectivamente eran las de mi cama, ya que me llevaba hacía ella hasta caer bruscamente en ella. Las raíces empezaron a atarme a la cama, dando vueltas alrededor de ella y agarrando mis extremidades e impidiéndome escapar. Las raíces empezaron a cubrir mi rostro, mis ojos y todo ennegreció.